La chía, semilla de una planta herbácea originaria de México y centroamérica, era en la época precolombina uno de los tres alimentos básicos junto al máiz y el frijol. Desplazada por los cereales llegados de Europa, desapareció prácticamente hasta finales del siglo XX, cuando se recuperó su producción y se extendió su consumo por todo el mundo gracias a sus propiedades nutricionales, que le ha valido el ingreso en el selecto club de los "superalimentos".
En números redondos: Un 20 % de proteína, un 40 % de hidratos (fibra alimentaria de la cual 5 % fibra soluble), un 34 % de lípidos (el 64 % ácidos grasos omega 3) y una importante cuota de vitaminas, minerales y oligoelementos.
Una cita, documentada en Wikipedia, dice que tiene dos veces más proteína que cualquier semilla, cinco veces más
calcio que la leche entera, dos veces la cantidad de potasio en los
plátanos, tres veces más antioxidantes que los arándanos, tres veces más
hierro que las espinacas y siete veces más omega 3 que el salmón.
En todo caso, y más allá de sus posibles efectos sobre la salud, buenas razones para probarla. Así que os ofrecemos esta sencilla elaboración, con cacao y leche de avena, que se presenta como un postre fresco y resultón.